Una vez dejé olvidada mi muñeca, debajo de mi cama, pasó el tiempo, lento como pasa el tiempo de los niños. Creo que crecí, creo que aprendí. Me gustaron otros juegos y otras muñecas... Un día volví para buscar a mi muñeca. Rodé la cama y todos los muebles hasta que di con ella. La encontré, pero… había cambiado, su cara era diferente. No era la cara de mi muñeca. Nadie más notó la diferencia, pero yo sé que no era la misma. Lloré porque la cara de mi muñeca era diferente. ¡Cambió porque me olvidé de ella! Era la primera vez que me daba cuenta de que algo que había sido muy importante para mí había dejado de serlo. Pobrecita mi muñeca. Ahora yo la veía de forma diferente.
viernes, 4 de septiembre de 2009
UN TROZO DE PAPEL
Tengo guardado un trocito de papel que dice: Quiero ser feliz. Lo escribí con ocho años, porque ya sabía lo que quería ser de mayor. Lo escribí con mi sangre, un día de calor, cuando reventó una venita de mi nariz… Me hubiera gustado hacerme un corte para obtener la sangre, hubiera sido más romántico, pero… nunca fui valiente. Hoy al limpiar me lo he vuelto a encontrar, entre recuerdos viejos. No lo he tirado, porque tenía ocho años y porque entonces, al menos, sabía qué quería ser de mayor.
jueves, 21 de mayo de 2009
ADELAIDA
En el rincón más oscuro de mi recuerdo están aún la voz dulce y el gesto cansado de aquella mujer. Adelaida cada tarde se acercaba arrastrando sus pesados pies hasta el muro de piedra que separaba los canteros de su casa y la casa de mis abuelos.
-¡Crista!- me gritaba (al igual que a mi abuela a Adelaida se le antojaba que un nombre de mujer nunca debía terminar en “o”, y, es por eso, que ambas se referían a mí de esta peculiar manera) -¿Dónde se metió esta chiquilla?- ¡Crista! ¡Ven! ¡Ven aquí muchacha! ¡Qué tengo una cosa pa´ ti!– yo me acercaba correteando. Y tomaba el precioso tesoro que me daba la anciana; un huevo, sí, un huevo, algo más pequeño, que los normales y de un color rojizo oscuro; un huevo de quícara. La quícara es una gallina enana, de la que se dice que tiene gran vitalidad, siendo sus huevos, según creencia popular, muy recomendables para los niños, dado su alto poder nutritivo.
Adelaida debía de pensar que el huevo era el protagonista de una dieta sana y equilibrada, por lo que cuidaba con esmero a sus gallinas, En su cocina tenía una colección de esas tazas sin asas que se usan para colocar y comer los huevos pasados por agua, o guisados, que es como los llamamos aquí. Algunas noches antes de la cena solía acercarme a casa de Adelaida, para observar cómo terminaba de ponerle la comida a su marido. Siempre le servía el mismo postre: un huevo guisado dentro de la tacita sin asas, sí, precisamente una de esas tacitas sin asas que se usan para servir huevos pasados por agua. Su marido era un anciano silencioso y de expresión triste, a quien Adelaida no trataba con especial cariño y pasión, pero sí, con total respeto y eficiencia.
Una tarde, como tantas otras, Adelaida se asomó al borde de su azotea para comenzar con su habitual letanía de quedas y suspiros. Su voz había sido concebida, especialmente, para expresar su dolor, el dolor que la acompañaría durante toda su vida. Mi padre estaba haciendo unas casetas de madera para los conejos, mi madre, de pie, junto a él, lo observaba sosteniendo una taza de café, que le había preparado, y yo leía El árbol de la ciencia, sentada en un escalón, cerca de la casa. “En esa cajita, quepo yo, no necesito más”.-dijo Adelaida- ¿Por qué no me haces una?
Esa misma noche, mientras dormíamos, sobre las dos de la mañana, alguien golpeó la puerta, insistentemente, -¿quién es? -dijo mi madre – respondió la voz de una vecina diciendo: -Adelaida se murió-¡Ay! ¡Dios mío, la pobre! ya vamos- La velaron en su propia habitación. Yo me quedé sola en casa, pared con pared. Supongo que era demasiado joven para asistir a un duelo. En mi lugar asistió nuestro gato; un gato negro, de pelo brillante, que no dudó es pasarse la noche merodeando, a la vera de la difunta, para vergüenza de mi madre, que no encontraba el momento idóneo para devolverlo a casa de una patada, pero claro, entre los llantos de la gente no hubiera sido lo más apropiado. A Adelaida le gustaban los animales, pero en su lugar, y ese lugar, por supuesto, estaba fuera de su casa. Nadie pudo encontrar jamás en casa de Adelaida algún indicio de suciedad, polvo, insecto o cosa similar. A veces me pregunto cómo dejaba entrar en la casa a su marido. Seguramente sería por el respeto que le profesaba a la Iglesia y al sacramento del matrimonio que los unía a ambos.
Diciembre de 1992. Era una noche limpia y oscura. El aire fresco me llamaba. Salí al patio. Oí una voz, pero… si parece la voz de Adelaida, sí, es ella, es su voz, el sonido venía de la azotea. Como tantas veces Adelaida me llamaba desde su azotea. Por unos instantes perdí la noción del tiempo. Era una sensación similar a cuando de mayores creemos despertarnos en casa de nuestros padres. “No, estoy aquí, ahora. No puede ser Adelaida. Ella está muerta”. Pero la voz seguía ahí. Tuve miedo de girarme y buscarla con la mirada. ¿Qué iba a ver? Entonces, la voz me dijo: “no tengas miedo que yo estoy bien”. Me llegó un aroma... uh, olía a limpio, a niño, sí, eso es, a esa colonia que les ponen a los niños y que siempre me ha gustado tanto; al inspirarla se siente la protección y el amor que transmiten las madres a sus hijos. Entonces, la vi. Era ella, sonreía, pero si aparenta quince años menos, su joroba… ¿dónde estaba su joroba? Su rostro, por una vez, no reflejaba el dolor de sus entrañas. En sus brazos tenía un bebé, un varón. Yo sabía que era un varón; lo sentía, tal vez lo llevaba envuelto en una mantita azul. No lo sé... Eso me extrañó porque ella solo tuvo dos hijas -volvió a decirme- estoy bien- yo pregunté- ¿por qué tienes tan buena cara? Tú… estás muerta… -No, yo no, no lo estoy. Las cosas no son lo que parecen. Ven acompáñame. Más tarde, andábamos las dos juntas. Ella me llevaba del brazo y me guiaba. Por el camino, nos fuimos encontrando con mucha gente, algunos conocidos, otros no, pero prácticamente todos tenían algo en común: sus caras. Sus rostros estaban indefinidos, descompuestos, putrefactos. Adelaida me explicó que todas aquellas personas de rostros desfigurados, en realidad estaban muertas en vida. Obviamente, no nos encontramos con nadie de mi familia, ni cercano a mí. Pero, como ya dije, sí con muchos conocidos. Con cada persona que nos tropezábamos yo le decía pero… si parecía… y ella me repetía: “pues ya ves, las cosas no son lo que parecen.” Entre "los muertos vivientes" que nos encontramos, recuerdo que estaba su marido. Reconozco que durante los primeros años posteriores a la muerte de Adelaida le tuve especial manía a este hombre. Yo sabía su secreto: él era un muerto en vida, aunque también contribuyó el hecho de que a los pocos meses de la muerte de su mujer, su rostro dejase de ser el de un hombre triste. A su lado, otra mujer; una mujer sana y alegre había ocupado el lugar de Adelaida.
Había sido una noche intensa, pero me desperté feliz, recordaba todos y cada uno de los detalles de mi sueño. Recordar lo que hago mientras duermo siempre me hace sentir plena, con la satisfacción de haber vivido un poco más. Pensaba no hablar de esto con nadie. Pero no sé por qué conté este sueño a mi madre. Ella, al escucharme, comenzó a hacerse cruces y me contó que Adelaida lo había pasado muy mal en su segundo parto, un parto de gemelos; un niño y una niña. El niño había nacido muerto. Y la madre quedó muy mal. No entendí muy bien el motivo, parece ser que su columna quedó dañada, por lo que pasó el resto de su vida padeciendo fuertes dolores de espalda y de corazón.
-¡Crista!- me gritaba (al igual que a mi abuela a Adelaida se le antojaba que un nombre de mujer nunca debía terminar en “o”, y, es por eso, que ambas se referían a mí de esta peculiar manera) -¿Dónde se metió esta chiquilla?- ¡Crista! ¡Ven! ¡Ven aquí muchacha! ¡Qué tengo una cosa pa´ ti!– yo me acercaba correteando. Y tomaba el precioso tesoro que me daba la anciana; un huevo, sí, un huevo, algo más pequeño, que los normales y de un color rojizo oscuro; un huevo de quícara. La quícara es una gallina enana, de la que se dice que tiene gran vitalidad, siendo sus huevos, según creencia popular, muy recomendables para los niños, dado su alto poder nutritivo.
Adelaida debía de pensar que el huevo era el protagonista de una dieta sana y equilibrada, por lo que cuidaba con esmero a sus gallinas, En su cocina tenía una colección de esas tazas sin asas que se usan para colocar y comer los huevos pasados por agua, o guisados, que es como los llamamos aquí. Algunas noches antes de la cena solía acercarme a casa de Adelaida, para observar cómo terminaba de ponerle la comida a su marido. Siempre le servía el mismo postre: un huevo guisado dentro de la tacita sin asas, sí, precisamente una de esas tacitas sin asas que se usan para servir huevos pasados por agua. Su marido era un anciano silencioso y de expresión triste, a quien Adelaida no trataba con especial cariño y pasión, pero sí, con total respeto y eficiencia.
Una tarde, como tantas otras, Adelaida se asomó al borde de su azotea para comenzar con su habitual letanía de quedas y suspiros. Su voz había sido concebida, especialmente, para expresar su dolor, el dolor que la acompañaría durante toda su vida. Mi padre estaba haciendo unas casetas de madera para los conejos, mi madre, de pie, junto a él, lo observaba sosteniendo una taza de café, que le había preparado, y yo leía El árbol de la ciencia, sentada en un escalón, cerca de la casa. “En esa cajita, quepo yo, no necesito más”.-dijo Adelaida- ¿Por qué no me haces una?
Esa misma noche, mientras dormíamos, sobre las dos de la mañana, alguien golpeó la puerta, insistentemente, -¿quién es? -dijo mi madre – respondió la voz de una vecina diciendo: -Adelaida se murió-¡Ay! ¡Dios mío, la pobre! ya vamos- La velaron en su propia habitación. Yo me quedé sola en casa, pared con pared. Supongo que era demasiado joven para asistir a un duelo. En mi lugar asistió nuestro gato; un gato negro, de pelo brillante, que no dudó es pasarse la noche merodeando, a la vera de la difunta, para vergüenza de mi madre, que no encontraba el momento idóneo para devolverlo a casa de una patada, pero claro, entre los llantos de la gente no hubiera sido lo más apropiado. A Adelaida le gustaban los animales, pero en su lugar, y ese lugar, por supuesto, estaba fuera de su casa. Nadie pudo encontrar jamás en casa de Adelaida algún indicio de suciedad, polvo, insecto o cosa similar. A veces me pregunto cómo dejaba entrar en la casa a su marido. Seguramente sería por el respeto que le profesaba a la Iglesia y al sacramento del matrimonio que los unía a ambos.
Diciembre de 1992. Era una noche limpia y oscura. El aire fresco me llamaba. Salí al patio. Oí una voz, pero… si parece la voz de Adelaida, sí, es ella, es su voz, el sonido venía de la azotea. Como tantas veces Adelaida me llamaba desde su azotea. Por unos instantes perdí la noción del tiempo. Era una sensación similar a cuando de mayores creemos despertarnos en casa de nuestros padres. “No, estoy aquí, ahora. No puede ser Adelaida. Ella está muerta”. Pero la voz seguía ahí. Tuve miedo de girarme y buscarla con la mirada. ¿Qué iba a ver? Entonces, la voz me dijo: “no tengas miedo que yo estoy bien”. Me llegó un aroma... uh, olía a limpio, a niño, sí, eso es, a esa colonia que les ponen a los niños y que siempre me ha gustado tanto; al inspirarla se siente la protección y el amor que transmiten las madres a sus hijos. Entonces, la vi. Era ella, sonreía, pero si aparenta quince años menos, su joroba… ¿dónde estaba su joroba? Su rostro, por una vez, no reflejaba el dolor de sus entrañas. En sus brazos tenía un bebé, un varón. Yo sabía que era un varón; lo sentía, tal vez lo llevaba envuelto en una mantita azul. No lo sé... Eso me extrañó porque ella solo tuvo dos hijas -volvió a decirme- estoy bien- yo pregunté- ¿por qué tienes tan buena cara? Tú… estás muerta… -No, yo no, no lo estoy. Las cosas no son lo que parecen. Ven acompáñame. Más tarde, andábamos las dos juntas. Ella me llevaba del brazo y me guiaba. Por el camino, nos fuimos encontrando con mucha gente, algunos conocidos, otros no, pero prácticamente todos tenían algo en común: sus caras. Sus rostros estaban indefinidos, descompuestos, putrefactos. Adelaida me explicó que todas aquellas personas de rostros desfigurados, en realidad estaban muertas en vida. Obviamente, no nos encontramos con nadie de mi familia, ni cercano a mí. Pero, como ya dije, sí con muchos conocidos. Con cada persona que nos tropezábamos yo le decía pero… si parecía… y ella me repetía: “pues ya ves, las cosas no son lo que parecen.” Entre "los muertos vivientes" que nos encontramos, recuerdo que estaba su marido. Reconozco que durante los primeros años posteriores a la muerte de Adelaida le tuve especial manía a este hombre. Yo sabía su secreto: él era un muerto en vida, aunque también contribuyó el hecho de que a los pocos meses de la muerte de su mujer, su rostro dejase de ser el de un hombre triste. A su lado, otra mujer; una mujer sana y alegre había ocupado el lugar de Adelaida.
Había sido una noche intensa, pero me desperté feliz, recordaba todos y cada uno de los detalles de mi sueño. Recordar lo que hago mientras duermo siempre me hace sentir plena, con la satisfacción de haber vivido un poco más. Pensaba no hablar de esto con nadie. Pero no sé por qué conté este sueño a mi madre. Ella, al escucharme, comenzó a hacerse cruces y me contó que Adelaida lo había pasado muy mal en su segundo parto, un parto de gemelos; un niño y una niña. El niño había nacido muerto. Y la madre quedó muy mal. No entendí muy bien el motivo, parece ser que su columna quedó dañada, por lo que pasó el resto de su vida padeciendo fuertes dolores de espalda y de corazón.
viernes, 1 de mayo de 2009
Greguerías de Gómez de la Serna
No me recuerdo en qué año, cuando aún estudiaba Filología, leí a Gómez de la Serna. Y más concretamente, sus greguerías: pequeños aforismos o sentencias. Me parecieron novedosas. Eran una especie de definiciones con un toque de ingenio. Yo diría que actualmente es un recurso muy utilizado para el humor. Desde entonces he cogido el hábito de apuntar esas “definiciones” que se me ocurren de las cosas, basándome tal vez en cualidades secundarias del objeto definido, pero que para mí, en ese momento, resultan esenciales. Estas definiciones, muchas veces, dada su poca objetividad, están a expensas del estado de ánimo de quien las crea.
De las de Gómez de la Serna, solo recuerdo una que decía algo así: “banco: pentagrama del amor” Es curioso, en la actualidad yo relacionaría más un banco con… sí, exacto, con los ancianos que se sientan a charlar y a dejar pasar el tiempo. ¿Qué greguería podríamos inventar para algo así? Banco de la rambla: sala de espera del tanatorio.
De las de Gómez de la Serna, solo recuerdo una que decía algo así: “banco: pentagrama del amor” Es curioso, en la actualidad yo relacionaría más un banco con… sí, exacto, con los ancianos que se sientan a charlar y a dejar pasar el tiempo. ¿Qué greguería podríamos inventar para algo así? Banco de la rambla: sala de espera del tanatorio.
domingo, 6 de julio de 2008
PUPILA
1995, octubre de 1995, lluvia, ¡qué casualidad! han pasado ya casi trece años y aún ayer recordaba, esa pupila que se dilataba, me adsorbía. toda una vida, decías, tú. Toda una vida para ti que vives cada segundo como si ya tuvieses la certeza de cuándo será tu final, apenas nada... para mí, tú sentado en el aeropuerto ¡casualidad! mirada inmóvil, ecce homo piel de seda.
domingo, 27 de abril de 2008
PUNTOS DE VISTA
Desde luego las cosas podrían ser mucho más sencillas y cada pregunta podría tener una única y verdadera respuesta. Recuerdo aquellas palabras que con tanta frecuencia aparecían en los manuales de Filosofía: UNIVERSAL Y NECESARIO, sí, universal: válido en todos los casos y necesario: que sólo puede ser así, sin que quepa la posibilidad de que sea de otro modo. Pues bien, en los últimos tiempos, me ha sucedido que la falta de respuestas "verdaderas" o, por mejor decir, el exceso de las mismas, me provoca una perenne sensación de impotencia.
Hace poco hubo unas elecciones en este país. Yo, en un intento de ejercer el derecho al voto de un modo responsable,(¡vaya! creo que estoy a medio hacer aún) intenté escuchar lo que decían unos y otros, y los demás otros también, creyendo que así tendría fundamentos en los que basar mi elección. He de confesar que, en muchas ocasiones, me siento incapaz de descifrar quién dice la verdad, o al menos ser capaz de capturar aquella verdad que se acerca más a mis valores. Sobre una misma realidad, aparentemente objetiva, se hacen análisis totalmente contradictorios. y, ¡ojo!, basados en "datos". ¿Pero bueno ha aumentado el paro o no?
El problema es que esto no me sucede solo en estos ámbitos, al fin y al cabo, ya sabemos que todo lo que tiene que ver con la política, humanidades etc, es de difícil consenso. Pero es que esto pasa incluso con la tecnología, antes mismo intentaba buscar en los foros de internet, si un sistema operativo era compatible con un programa. Y no hubo manera, unos decían que sí, otros decían que no, luego más abajo se insultaban. Y esto en unos seis o siete foros. y, vuelvo a utilizar, de nuevo la interjección, ¡ojo! todos expertos. ¿Pero bueno se puede instalar el programita o no? Y si en unos ordenadores se puede y en otros no, tendrá que haber algún motivo, ¿no?
En fin, se me viene a la cabeza lo que me dirían algunos amigos sobre esto, el problema es que no podemos esperar ninguna respuesta de los que dicen ser "expertos" ¿quién era aquel que decía sólo sé que no sé nada...?
El problema es que esto no me sucede solo en estos ámbitos, al fin y al cabo, ya sabemos que todo lo que tiene que ver con la política, humanidades etc, es de difícil consenso. Pero es que esto pasa incluso con la tecnología, antes mismo intentaba buscar en los foros de internet, si un sistema operativo era compatible con un programa. Y no hubo manera, unos decían que sí, otros decían que no, luego más abajo se insultaban. Y esto en unos seis o siete foros. y, vuelvo a utilizar, de nuevo la interjección, ¡ojo! todos expertos. ¿Pero bueno se puede instalar el programita o no? Y si en unos ordenadores se puede y en otros no, tendrá que haber algún motivo, ¿no?
En fin, se me viene a la cabeza lo que me dirían algunos amigos sobre esto, el problema es que no podemos esperar ninguna respuesta de los que dicen ser "expertos" ¿quién era aquel que decía sólo sé que no sé nada...?
miércoles, 2 de enero de 2008
¿SERÁ PORQUE TÚ QUIERES?
Llevo tantos años en compañía de la Soledad, que a veces me pregunto, si será verdad que existe una alternativa a ella, o más bien será que todo eso del Amor y la Amistad no son más que quimeras inventadas por el hombre. ¡Qué hermoso es compartir los momentos sencillos de la vida con otra persona! Pasear, tomar un café, ver una película,conversar...Entonces parece que existe la honestidad, la confianza. Pero luego,un día todo termina. ¿y ahora? Ahora de nuevo nuestra vieja Soledad, esa que nos ha ido tallando. En este instante sólo me gustaría tener una respuesta ¿Por qué estamos solos? ¿Será porque queremos?
jueves, 8 de noviembre de 2007
TE EXTRAÑO
Es dificil saber por qué se extraña a alquien, es difícil saber qué significa la palabra extrañar. "Escrito está en mi alma vuestro gesto" "mi alma os ha cortado a su medida" (Garcilaso de la Vega) Maga, con cada mujer parecida a vos se me me escapa el corazón. "...Saliamos sin buscarnos, sabiendo que caminabamos para encontrarnos..." (Julio Cortázar, Rayuela). Ahora eres como un rompecabezas del que aún tengo colocadas muy pocas piezas. Yo imagino que el resultado es una figura hermosa, pero aunque simplemente podría esperar a que me mostraras el resto de las piezas, me deleito cabilando sobre qué forma tendrá cada una de esas piezas. Eso es extranar: lo que he conocido, me he despertado el deseo de conocer el resto. Soy como un alquimista que no cesa hasta descubrir su fórmula.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)