Aquello no parecía una cena navideña. Sólo dos personas solas. A Jesús aquella situación le resultaba de un vacío similar al de una conversación entre dos amigos que llevan demasiado tiempo sin hablar.
La cama se movía bajo su cuerpo -oh, mi estómago- el sueño le había devuelto el eco del mareo del avión.Jesús tenía 17 años, era un joven dulce y cariñoso.